Calidad Institucional, Comunicación y Democracia
El escenario actual, marcado por una intensa mediamorfosis y cambios en los hábitos de consumo informativo, ha generado en la ciudadanía nuevas formas de interacción y participación. No resulta entonces baladí comprender que emergen nuevos canales informativos y más aún, de «prosumo», en el que las audiencias dejan de ser totalmente pasivas con respecto a las instituciones y su transparencia. Así, la tendencia de aumentar la exigencia en relación a calidad institucional y medios de participación ciudadana continúa en ascenso, toda vez que la «inteligencia colectiva» tiene cada vez más canales de expresión. Sin embargo el propio término «calidad» mantiene un carácter polisémico, entendiendo que tiene dos vertientes de valoración. La primera, totalmente intersubjetiva y cuasi-estética, en la que se suele confundir con preferencias, gustos y popularidad; mientras la segunda, más academicista y estructural, tiene sus fundamentos en dimensiones e indicadores más o menos objetivos, en los que subyacen –en la mayoría de los casos– estudios previos para conocer y validar dichos elementos que conformarían la estructura de calidad, bien de productos, bienes y servicios, como de procesos, proyectos, sistemas, entre otros. No obstante, esta segunda categoría no deja de tener –como todo resultado de procesos de intermediación humana– un importante sesgo subjetivo, por lo que la calidad debe ser vista como un factor relativo y no absoluto.